La Opinión
B”H
Martes 24 de Marzo de 2009, que es Yom Shelishí 28 de Adar del año 5769 de la Creación del Mundo por Haqadosh Baruj Hu
Tema Religioso
De Malcah
B”H
Martes 24 de Marzo de 2009, que es Yom Shelishí 28 de Adar del año 5769 de la Creación del Mundo por Haqadosh Baruj Hu
Tema Religioso
De Malcah
Si nos referimos al diccionario etimológico, definiremos la opinión como el dictamen o juicio que se forma de una cosa cuestionable. La opinión, al afirmar que un hecho puede ser aceptado o rechazado, lo despoja de todo valor trascendental. Por lo tanto, quienes pretenden que la aceptación del hecho religioso es asunto de opinión, andan descarriados, porque afirmar que la religión es un tema opinable, es absurdo. Ninguna persona religiosa se plantea la posibilidad de no serlo. Sabe que es posible no tener religión, pero esta elección razonada y pretendidamente racional de la religión no existe. La religión dispone de la razón, la utiliza de continuo, pero no está a si disposición. El hecho religioso es asunto de corazón, no de raciocinio: Por esto, no es opinable: Quienes tienen religión no opinan que llevan razón, lo saben. La verdad es que la pregunta no tendría ningún sentido para ellos: Si alguien piensa que puede opinar sobre la existencia del vínculo que le mantiene apegado a su religión, es que no cree en ella. Podrá opinar, incluso deberá hacerlo, sobre el modo de concebir o practicar su religión, sobre el alcance de determinados preceptos, en suma, sobre todo lo interpretable, pero nunca sobre el precepto en sí, nunca sobre la religión.
Hablar de opinión en lo referente a cualquier convicción, sea religiosa o no, es equipararla a una mercancía expuesta en las estanterías de una tienda: se compra o se deja. Las convicciones no son opinables porque no son producto de un cuestionario de tipo: “conteste por sí o por no”. Las opiniones se integran en el ámbito de la pluralidad, básicamente, de lo dual, como lo venimos diciendo y repitiendo, son controvertibles, pueden ser positivas o negativas, mientras que las convicciones son indiscutibles , pertenecen al ámb ito de la unidad.
La religión es asunto de conexión con la Voluntad Divina, Autora de la vida y Formadora del alma, pero sobre la Voluntad Divina no se puede opinar, porque el intento de hacerlo supone que no se cree en ella y otro tanto se puede decir del alma, La opinión supone, como lo hemos visto el postulado de la posible controversia. Nos dirán que muchas personas, pretendida o sinceramente religiosas, han intentado demostrar la veracidad de sus creencias, cosa muy legítima en tanto se refiere a terceros, pero no a la propia consciencia. Si el destinatario de un mensaje predicado lo interioriza, lo hace suyo, sale del ámbito de lo opinable, porque se arranca a las garras de lo opinable.
La palabra “opinión”, por cierto, procede de una raíz desconocida, tal vez eslava: Realmente, tanto se puede decir esto como cualquier otra cosa: No se sabe. Parece derivar de “op” que significaría “escoger” y hubiera dado también la palabra “opción”. Lo único claro es que la idea de “escoger” implica la igualdad de valor de diferentes propuestas. Es e l elector quien conferirá a una de ellas el sello de lo preferible. ¡Estamos en plena democracia! Se aspira a la unanimidad de la opinión pública, con lo que, por cierto, se destruiría el fundamento de la opinión, puesto que la posible controversia se habría transformado en un mito.
Cuando el Eterno nos dice que El elige al pueblo de Israel para ser su pueblo santo, le ordena que abandone el culto a los ídolos que son falsas divinidades, precisamente porque están siempre sometidas a la posibilidad del rechazo. Si no me gusta Isis, me busco a Astarté, y ya está todo dicho. Dicho con más precisión, la religión es como el matrimonio, una elección definitiva. Una vez hecha, no se podrá deshacer, si no es al precio de la traición. Al cónyuge no se puede dejar de elegirle si después del matrimonio, se revela antipático o decepcionante. Todos podemos abandonar una opinión si la consideramos errónea, pero no podemos desligarnos de un compromiso, porque, al adquirirlo, hemos renunciado a nuestra capacidad de opinar sobre el mérito del beneficiario. Hoy día, cuando está tan de moda divorciarse por opinar que el cónyuge no responde a las expectativas, es fundamental recordar que el compromiso amoroso anula toda posibilidad de opinar sobre el compañero/a. Si su conducta parece reprobable, se comentará el asunto entre los dos, y, caso de que se niega a hacerlo, no se deberá opinar que es un tal o un cual, habrá que buscar en la propia conducta el mejor modo de llegar al entendimiento, porque opinar sería plantear la posibilidad de que uno de los dos estuviera en lo cierto y el otro, no, o que no hubiera posibilidad de entendimiento y esto sería un error descomunal. Ni el amor, ni la fidelidad son opinables. Son asunto de corazón, como la religión: El amor siempre hay manera de darlo, a menudo priorizando el deber y comprendiendo que él es la fuente del placer.
¡Bendito Sea el Eterno Que nos enseña a Amarle en vez de opinar sobre el amor!
Hablar de opinión en lo referente a cualquier convicción, sea religiosa o no, es equipararla a una mercancía expuesta en las estanterías de una tienda: se compra o se deja. Las convicciones no son opinables porque no son producto de un cuestionario de tipo: “conteste por sí o por no”. Las opiniones se integran en el ámbito de la pluralidad, básicamente, de lo dual, como lo venimos diciendo y repitiendo, son controvertibles, pueden ser positivas o negativas, mientras que las convicciones son indiscutibles , pertenecen al ámb ito de la unidad.
La religión es asunto de conexión con la Voluntad Divina, Autora de la vida y Formadora del alma, pero sobre la Voluntad Divina no se puede opinar, porque el intento de hacerlo supone que no se cree en ella y otro tanto se puede decir del alma, La opinión supone, como lo hemos visto el postulado de la posible controversia. Nos dirán que muchas personas, pretendida o sinceramente religiosas, han intentado demostrar la veracidad de sus creencias, cosa muy legítima en tanto se refiere a terceros, pero no a la propia consciencia. Si el destinatario de un mensaje predicado lo interioriza, lo hace suyo, sale del ámbito de lo opinable, porque se arranca a las garras de lo opinable.
La palabra “opinión”, por cierto, procede de una raíz desconocida, tal vez eslava: Realmente, tanto se puede decir esto como cualquier otra cosa: No se sabe. Parece derivar de “op” que significaría “escoger” y hubiera dado también la palabra “opción”. Lo único claro es que la idea de “escoger” implica la igualdad de valor de diferentes propuestas. Es e l elector quien conferirá a una de ellas el sello de lo preferible. ¡Estamos en plena democracia! Se aspira a la unanimidad de la opinión pública, con lo que, por cierto, se destruiría el fundamento de la opinión, puesto que la posible controversia se habría transformado en un mito.
Cuando el Eterno nos dice que El elige al pueblo de Israel para ser su pueblo santo, le ordena que abandone el culto a los ídolos que son falsas divinidades, precisamente porque están siempre sometidas a la posibilidad del rechazo. Si no me gusta Isis, me busco a Astarté, y ya está todo dicho. Dicho con más precisión, la religión es como el matrimonio, una elección definitiva. Una vez hecha, no se podrá deshacer, si no es al precio de la traición. Al cónyuge no se puede dejar de elegirle si después del matrimonio, se revela antipático o decepcionante. Todos podemos abandonar una opinión si la consideramos errónea, pero no podemos desligarnos de un compromiso, porque, al adquirirlo, hemos renunciado a nuestra capacidad de opinar sobre el mérito del beneficiario. Hoy día, cuando está tan de moda divorciarse por opinar que el cónyuge no responde a las expectativas, es fundamental recordar que el compromiso amoroso anula toda posibilidad de opinar sobre el compañero/a. Si su conducta parece reprobable, se comentará el asunto entre los dos, y, caso de que se niega a hacerlo, no se deberá opinar que es un tal o un cual, habrá que buscar en la propia conducta el mejor modo de llegar al entendimiento, porque opinar sería plantear la posibilidad de que uno de los dos estuviera en lo cierto y el otro, no, o que no hubiera posibilidad de entendimiento y esto sería un error descomunal. Ni el amor, ni la fidelidad son opinables. Son asunto de corazón, como la religión: El amor siempre hay manera de darlo, a menudo priorizando el deber y comprendiendo que él es la fuente del placer.
¡Bendito Sea el Eterno Que nos enseña a Amarle en vez de opinar sobre el amor!
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