Parashah Haazinu – La Postrera Lección
B”H
Sábado 11 de Octubre de 5769, que es 12 de Tishri del año 5769 de la Creación del Mundo por Haqadosh Baruj Hu
De Malcah
B”H
Sábado 11 de Octubre de 5769, que es 12 de Tishri del año 5769 de la Creación del Mundo por Haqadosh Baruj Hu
De Malcah
Esta parashah de Haazinu, además de constituir el último discurso de Moshé, se caracteriza por un hecho singular. El gran Guía de Israel no interpela ni directa, ni únicamente al pueblo que tiene bajo su mando, sino que reclama la atención de los cielos y de la tierra. La palabra “Haazinu” es imperativo plural del verbo “azen” que significa “escuchar, oír, atender”, literalmente:”Prestar oídos”. Con la vocalización “izen”, las consonantes del vocablo siguen sumando 58, pero el sentido es “pesar, balancear “. Se entiende el estrechísimo parentesco entre los dos verbos: Realmente, son hermanos. Escuchar es entregarse a una labor intelectual de ponderación. Quien escucha pesa las palabras de mensaje que está recibiendo. Esta buena voluntad hacia los sonidos que van a salir de su boca, Moshé la pide a los cielos como muestra de “jen” (palabra cuyas consonantes: “jet, nun” también suman 58 y que significa “Gracia, encanto, belleza.” El primer hemistiquio de muestra parashah significa, pues” ¡Que presten oídos los cielos y yo hablaré!”
No es el lenguaje que Moshé suele utilizar en sus discursos. Solicita la atención benevolente del cielo y, a continuación, la más sensorial de la tierra, que se expresa en la utilización del verbo “schem´a” que, como0 ya sabemos involucra el ojo, o sea, la manera de mirar las cosas. , también la sumisión a la palabra santa. Al fin y el cabo, lo que el judío debe cumplir a diario es la orden “Schem´á Israel”. Pero, lo más notable de este primer versículo del texto es su universalidad. Moshé se dirige a los cielos todos y la tierra entera.
En cierto sentido, se podría decir que toma al mundo entero por testigo de sus palabras. Todo a lo largo del texto, habla de Israel en tercera persona. Hay un gran alejamiento entre el orador y el oyente. Moshé ya no está increpando a Israel por sus repetidos fallos, ni por los que cometerá en el futuro. No. El se limita a levantar un testimonio: A Israel, ya se lo ha dicho todo, pero ahora quiere que cielos y tierra puedan, llegado el caso, dar testimonio de su fidelidad o de su indignidad.
En este momento, una pregunta aflora a todos los labios y es la siguiente. “Si Israel es un pueblo aparte, que debe mantener a cualquier precio su identidad, diferenciándose con empeño fuerte de todos los demás pueblos ¿cómo se puede, al mismo tiempo, incitar al extranjero a juzgarle?”. La respuesta reside en que Israel no debe imitar a los demás pueblos, pero sí, ser un modelo para ellos. Los extranjeros tienen derecho a juzgar a Israel. Es un punto que ya hemos abordado en otro comentario, pero que es lo bastante importante como para imitar a Moshé en lo de la machaconería. Por otra parte, la vigilancia, benigna o maligna de los otros pueblos, es un incentivo para Israel, algo que siempre se debe tener en cuenta. Muchos de los que, entre vosotros, tienen mi edad o una mayor, recordarán algunas reflexiones oídas durante su infancia o juventud, sobre el ateísmo, la indiferencia religiosa y el abandono progresivo (por no decir “progresista”) de la práctica y de la enseñanza religiosa que había sido la tónica general de los años que precedieron el desencadenamiento de la barbarie nazi. Nunca debemos olvidar la obligación de ser fieles a la Torah de modo absolutamente irreprochable.
En la parashah Haazinu, Moshé recuerda a las naciones, a la vez la portentosa protección que representa la observancia de la Torah para Israel, pero sin dejar de advertirles de que en esta relación entre El y su pueblo no son sino comparsas, porque, en cuanto Israel se arrepiente y vuelve al recto camino, las bendiciones le envuelven de nuevo. Todos deben entender que Hashem castiga a Israel, pero nunca le abandona.
En estos días que siguen el Yom Kipur, las palabras de Moshé resuenan con fuerza en nuestros corazones. Se pronuncian cuando ya ha empezado un nuevo año y estamos sometidos a una turbulencia interior bastante poderosa, porque son estos días de las fiestas otoñales una sucesión de fiestas y de shabbatot que trastornan mucho la vida cotidiana. Un día tienes que hacerlo todo y, al día siguiente, no puedes hacer absolutamente nada. Es importante comprender que este traqueteo de las actividades, así como el zarandeo interno que lo acompaña, son tan santos como los cánticos, porque no obligan a enfrentarnos a lo inmediato, dejando atrás muchos intereses o preocupaciones que, días atrás parecían prioritarios y que, ahora se van colocando en el desenvolvimiento natural de la vida, mientras que nos fijamos ya en el presente y en el futuro inmediato. Tomamos la distancia correcta del acontecer de nuestra vida. Aunque no nos detenemos a menudo en valorarlo de esta forma, no deja de ser una gran bendición por la que estamos agradecidos al Todopoderoso Que siempre veneramos.
No es el lenguaje que Moshé suele utilizar en sus discursos. Solicita la atención benevolente del cielo y, a continuación, la más sensorial de la tierra, que se expresa en la utilización del verbo “schem´a” que, como0 ya sabemos involucra el ojo, o sea, la manera de mirar las cosas. , también la sumisión a la palabra santa. Al fin y el cabo, lo que el judío debe cumplir a diario es la orden “Schem´á Israel”. Pero, lo más notable de este primer versículo del texto es su universalidad. Moshé se dirige a los cielos todos y la tierra entera.
En cierto sentido, se podría decir que toma al mundo entero por testigo de sus palabras. Todo a lo largo del texto, habla de Israel en tercera persona. Hay un gran alejamiento entre el orador y el oyente. Moshé ya no está increpando a Israel por sus repetidos fallos, ni por los que cometerá en el futuro. No. El se limita a levantar un testimonio: A Israel, ya se lo ha dicho todo, pero ahora quiere que cielos y tierra puedan, llegado el caso, dar testimonio de su fidelidad o de su indignidad.
En este momento, una pregunta aflora a todos los labios y es la siguiente. “Si Israel es un pueblo aparte, que debe mantener a cualquier precio su identidad, diferenciándose con empeño fuerte de todos los demás pueblos ¿cómo se puede, al mismo tiempo, incitar al extranjero a juzgarle?”. La respuesta reside en que Israel no debe imitar a los demás pueblos, pero sí, ser un modelo para ellos. Los extranjeros tienen derecho a juzgar a Israel. Es un punto que ya hemos abordado en otro comentario, pero que es lo bastante importante como para imitar a Moshé en lo de la machaconería. Por otra parte, la vigilancia, benigna o maligna de los otros pueblos, es un incentivo para Israel, algo que siempre se debe tener en cuenta. Muchos de los que, entre vosotros, tienen mi edad o una mayor, recordarán algunas reflexiones oídas durante su infancia o juventud, sobre el ateísmo, la indiferencia religiosa y el abandono progresivo (por no decir “progresista”) de la práctica y de la enseñanza religiosa que había sido la tónica general de los años que precedieron el desencadenamiento de la barbarie nazi. Nunca debemos olvidar la obligación de ser fieles a la Torah de modo absolutamente irreprochable.
En la parashah Haazinu, Moshé recuerda a las naciones, a la vez la portentosa protección que representa la observancia de la Torah para Israel, pero sin dejar de advertirles de que en esta relación entre El y su pueblo no son sino comparsas, porque, en cuanto Israel se arrepiente y vuelve al recto camino, las bendiciones le envuelven de nuevo. Todos deben entender que Hashem castiga a Israel, pero nunca le abandona.
En estos días que siguen el Yom Kipur, las palabras de Moshé resuenan con fuerza en nuestros corazones. Se pronuncian cuando ya ha empezado un nuevo año y estamos sometidos a una turbulencia interior bastante poderosa, porque son estos días de las fiestas otoñales una sucesión de fiestas y de shabbatot que trastornan mucho la vida cotidiana. Un día tienes que hacerlo todo y, al día siguiente, no puedes hacer absolutamente nada. Es importante comprender que este traqueteo de las actividades, así como el zarandeo interno que lo acompaña, son tan santos como los cánticos, porque no obligan a enfrentarnos a lo inmediato, dejando atrás muchos intereses o preocupaciones que, días atrás parecían prioritarios y que, ahora se van colocando en el desenvolvimiento natural de la vida, mientras que nos fijamos ya en el presente y en el futuro inmediato. Tomamos la distancia correcta del acontecer de nuestra vida. Aunque no nos detenemos a menudo en valorarlo de esta forma, no deja de ser una gran bendición por la que estamos agradecidos al Todopoderoso Que siempre veneramos.
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