¿Quién Era Ella?
B”H
Purim 5768
De Malcah
Bastante tarde, este año, puesto que, por exigencia de nuestro calendario, se ha duplicado el mes de Adar, festejaremos Purim el viernes que viene, o sea, el 21 de marzo. Será con la llegada oficial de la primavera en los países del hemisferio norte y del otoño en el hemisferio sur, donde la fiesta toma unos tintes especiales porque, al corresponderse con la estación a la que, tradicionalmente, viene asociada, parece aún más carnavalesca y, por lo tanto, más plasmada de sobreentendidos y claves.
El viernes, al leer la Meguilah, contemplaremos a muchas chiquillas encantadoras que irán disfrazadas de Reina Ester… Cualquier niña judía quiere ser la reine Ester, por lo menos una vez , durante sus años mozos: Todas saben que Ester fue una gran heroína de nuestro pueblo puesto que le salvó de la exterminación al obedecer a su tío Mordejay y al congraciarse a su esposo, el poderoso Asuero. Este no vaciló en mandar ejecutar a su primer ministro con sus diez hijos, porque la había ofendido y puesto en peligro de muerte: La magnánima benevolencia de Asuero, por cierto, no se paró ahí puesto que llegó a transferir su autocracia a Mordejay, a quien nombró Primer Ministro y a Ester a quien dejó las manos libres para actuar a su gusto en todos los asuntos de gobierno, de forma que los desdichados judíos, tratados poco antes como la hez de la tierra, se convirtieron en los dirigentes del imperio.
Esto es lo que festejamos en Purim, empezando por la lectura de la Meguilah (Meguilah significa “rollo”), la cual se debe ir desplegando, pero sin volver a enrollarla durante toda la lectura. Varias personas la van sosteniendo para que se mantenga abierta hasta el final. Esta costumbre nos recuerda la necesidad de respetar la historicidad de los acontecimientos dentro del conjunto de circunstancias, aparentemente fortuitas, que los hicieron posibles.
Sería interesante detenerse en examinar los respectivos papeles de los individuos y de la colectividad en el destino de los pueblos, pero hoy, nuestro propósito es limitarnos a una simple reflexión sobre la personalidad de Ester, que pasa de ser la sumisa pupila de su tío, hombre apasionado y voluntarioso, que la quiere entrañablemente, a ser la regente de un imperio tan inmenso como poderoso y temido.
Vamos a examinar lo que, de esta mujer, nos dice la Meguilah. En primer lugar, se nos informa de que, al principio, el relato no lo protagoniza ella, sino un judío llamado Mordejay, hombre de la tribu de Benyamín, cuya genealogía se nos facilita, de forma que no dudemos de su ascendencia saulida. Por lo visto, había sido deportado a Babilonia con Jejoniah, rey de Yehudah, por Nabucodonosor, allá por el año 586. La etimología de su nombre es dudosa. Hay quien la relaciona con Marduk, la divinidad masculina de los Caldeos. En fin, víctima de una tentativa de asimilación o no, Mordejay tenía sentido de la familia y un corazón repleto de sentimientos paternales. No sabemos si estaba casado y tenía hijos propios porque el relato no menciona nada al respeto, pero es fácil colegir que era viudo o soltero y que, si tenía hijos, su relación con ellos era muy escasa ya que toda su atención se centraba en Ester, su criatura. Imaginar que la deportación estuvo en el origen de muchas tragedias familiares que dejaron a algunas personas privadas de familia, no es nada desaforado: Mordejay era, probablemente, un hombre solo y desarraigado: Volcó toda su pasión de padre, con lo que ésta implica de afán de poder, en una sobrinita aún más desamparada que él y que respondía al preciosísimo nombre de Hadasah, o sea, el arrayan y que se había quedado huérfana.
El texto nos previene en seguida de que Hadasah es Ester, indicándonos por esta precisión que, a la niña, le habían cambiado el nombre, cosa que suelen hacer los opresores para que sus presos y presas olviden su verdadera identidad y se preste sin apenas rechistar a una reprogramación de sus esquemas mentales que les hará más dóciles y asimilables. El oprimido debe llegar a considerar a su opresor un ser superior que lleva la bondad hasta enseñarle a ser como él. Recuerdo una novela argelina en la cual uno de los protagonistas decía a un vecino suyo: “Ahora van a llegar los franceses y verás cómo te obligan a mandar a tus hijos y a tus hijas a sus escuelas, pagando los equipamientos que te exijan y libros para enseñarles a despreciarte.”
Pues, a Hadasah, la llamaron Ester, nombre ligado a Astarté, un ídolo, un astro, no una planta olorosa, madre de florecitas blancas y bayas oscuras, un astro, es decir un cuerpo considerado insensible, del que se está siempre autorizado a esperar la resplandeciente presencia en el sitio asignado y a la hora marcada. Pero Ester supo transformar su nuevo nombre en una gloria para Israel, cosa por la cual siempre bendeciremos su memoria.
¿Qué edad tenía la niña Hadasah cuando murieron sus padres? ¿Fue testigo de su muerte? ¿Lloró la pobre chiquitina? ¿Se refugió, llena de cariñosa confianza en los brazos del enérgico “Dod” (Dod significa “tío” en hebreo) o, simplemente, se dejó llevar de la mano porque tampoco hubiera sabido hacer otra cosa y el Dod la trataba bien? La Meguilah no dice Nada al respecto. Se entiende. A quienes la redactaron les importaba les importaba el papel de Ester en la historia.
Pues bien, Mordejay crió a Ester. A este respecto es aleccionador fijarse en el verbo utilizado en el texto para decir “criar”. No es “legadel”, que sería traducible por “hacer crecer” sino “leamen” (lamed, alef, mem, nun), que es de la misma raíz que “amen”, palabra del asentimiento, que significa “instruir, entrenar, conformar”. Mordejay educó a Ester para que ella respondiera a sus expectativas, que incluían la capacidad de desenvolverse en un mundo de hombres, pero también, si nuestras suposiciones en cuanto a la ausencia de esposa o hijas son exactas, la proyección de un enorme anhelo de presencia femenina.
En cualquier caso, Mordejay quería a Ester, nadie lo puede dudar. Cuando se la hubieran llevado a palacio, el pobre hombre se pasaba el tiempo merodeando por las inmediaciones de la fortaleza, tratando de conseguir alguna noticia de ella. La quería muchísimo, pero él era un hombre autoritario, que, por lo menos aparentemente, la había preparado para ser una hija obediente toda su vida. El capítulo 2 de la Meguilah es elocuente. Cuando la secuestran los servidores del rey Asuero, no revela ni su origen, ni el nombre de su pueblo, porque Mordejay se lo había prohibido y ella obedecía las órdenes de su despótico tutor. Lo refiere el relato.
La joven hacía bien obedeciendo a su tío, porque él nunca le dio ningún mal consejo. Le encareció no contradecir a los eunucos, no tener caprichos, en suma, no dar la lata, no ser una fuente de preocupaciones para nadie: demás, la chica era distinguida (lo sabemos porque la primera recomendación del Dod fue que no revelara su linaje) y muy bien educada. (Todo el comportamiento de Mordejay revela que él era un aristócrata, un personaje muy seguro de sí mismo, aunque buen diplomático. Las recomendaciones que hace a Ester son las que se hacen a una joven elegante y se resumen en una frase: “huye de todo exhibicionismo.”) Así, todos la encontraron encantadora y debieron hablar muy bien de ella al rey Asuero que, tal vez, un poco abrumado y mareado por el vals de guapetonas, tan presumidas e intercambiables como las que, en nuestros días, llenan los programas televisivos llamados “del corazón”, que le habían montado, se quedó muy a gusto en compañía de una muchacha discreta y complaciente, capaz de sentarse en el trono con mucho garbo y pocas exigencias.
Asuero tenía personalidad dependiente: tan pronto no sabía terminar un festín sin que acudiera su esposa a valorizarle ante toda la corte, como necesitaba el consejo de una pléyade de sabios para resol ver sus asuntos matrimoniales, o entregaba las riendas del gobierno al más descarado de los ambiciosos. Nada hacía nunca por iniciativa propia. Con tan relevantes cualidades de soberano, se entregó a la voluntad de Amán, hijo de Hamedata, el Agagueo, que era un vanidoso de tomo y lomo: El capítulo 6 de la Meguilah es revelador: El muy fatuo de Amán, convencido de que el monarca quiere hacerle a él, por los muchos méritos que su astucia parece haberle acumulado, monta un “show” digno de la Noche de los Oscar. La perspectiva de ser paseado por toda la capital emperifollado cual mago de feria y rodeado por una parafanerlia carnavalesca, le embriaga.
Luego, el numerito, le tocó protagonizarlo a Mordejay. La Meguilah, tan pudorosa y educadita como la reine Ester nos calla las reflexiones que, con toda seguridad, se hizo el inteligente judío, mientras duró el paseíllo, pero es fácil de imaginar que fueron bastante truculentas, porque, a ninguna persona medianamente sensata se le escapa cuán peligrosas pueden resultar estas exhibiciones idiotas que sólo servirán para suscitar envidias y resquemores.
Para colmo, el Envidioso Mayor del Reino era el propio Amán, que odiaba a Mordejay porque no se le escapaba que éste le tenía en poco. De todas formas, Amán se creía vencedor puesto que
El exterminio de los judíos, según las leyes de la federación que el gobernaba, estaba decidida y los malos augurios de su mujer se le antojaron una futilidad.
El exterminio de los judíos, según las leyes de la federación que el gobernaba, estaba decidida y los malos augurios de su mujer se le antojaron una futilidad.
Mientras tanto, Ester, enterada de la catástrofe que se cernía sobre su tío y sobre el conjunto del pueblo judío, experimentaba un horrible sentimiento de impotencia: Por muy soberana que fuera, ella dependía del rey para todo y cualquier cambio de talante de éste podía significar una desgracia de primera magnitud: ser repudiada o relegada para siempre en el harén, donde sólo le quedaría pasar en la no vida, o sea en el perpetuo desvivirse todos los años que la separasen de du muerte biológica.
¡Desdichada reina Ester! Le brillarán mucho en la frente las joyas de la corona, pero ella, en el fondo, no es nadie sino la consorte, menos que un apéndice, es una especie de pañuelo que el rey lleva encima para enjuagarse el sudor, si se tercia y que puede tirar en cualquier momento. Ella no es la hija de ningún soberano vecino que pueda enfurecerse y traer dificultades diplomáticas o militares a un yerno demasiado chulo, si las cosas se ponen feas, no, ella es una bonita mujer elegida por eunucos desparpajados, como en un concurso de “gran Hermano”. Es una imagen, no un ser humano, por lo menos, así se siente cuando le llega la petición de auxilio de su tío. Está inquieta, haciendo toda clase de conjeturas, porque su esposo, el rey, lleva treinta días sin llamarla a su cama: Por el modo de referirlo a Dod Mordejay, se nota que no está acostumbrada a semejante indiferencia: Para ella, el portarse bien, ser dócil y simpática es tener la vida resuelta. Ahora, no entiende lo que curre. Se lo comunica a su tío, recordándole que solicitar la atención de Asuero sin previa autorización, acarrea la pena de muerte, pero se queda defraudada en sus expectativas, porque el Dod, en vez de apiadarse de ella y, eventualmente, darle algún buen consejo, la apremia: “Arréglatelas como quieras, pero sácanos de apuros.” Si no lo entiende, desde su hierática soberanía, es que es tonta, pero, no, Ester no es tonta, ella no es un ser de carne y hueso, ella es una cabeza coronada por conveniencia, es un utensilio, un utensilio que no deja de ser una mujer. Nada sabemos de sus relaciones sentimentales con Asuero, si es que existían o habían existido algún día o alguna noche. No es imposible que ella le quisiera, o pensara que él la quería a ella, o que uno de ambos criara ilusiones. Cuando nada se sabe todo es posible.
Estamos en la charnela de la Meguilah. Mordejay pide socorro a su protegida. Entonces, ocurre algo que, con toda seguridad, se venía fraguando desde antiguo, desde el mismo instante en que Hadasah se quedó huérfana, cuando ella, por pequeña que fuera, advirtió que los padres son vulnerables, que pueden desaparecer, que pueden morir y ahora, le toca a Mordejay, autoritario e intransigente, como de costumbre, pero en peligro de muerte, con todo su pueblo. Pide ayuda a Ester y ella advierte que el gigante tiene miedo y que sólo ella puede proporcionársela De repente, el número 30, representado por la letra “Lámed”, letra relacionada a la vez con la sexualidad, el conocimiento, el latigazo y la puesta en movimiento, la sacude como una descarga eléctrica, porque este movimiento de la lámed, es el fundamental en el judaísmo, el Creador se llama “el”, que es el radical lingüístico de “Elohim”. El movimiento señalado por la letra “Lámed”, tiene una expresión especialmente poderosa en todo su vinculación a la enseñanza, que es impulso de quien sabe hacia quien ignora, y viceversa y con la revelación de los misterios, lo cual le conecta a la sexualidad, al “yode´ah” de Bereshit.
Ester sufre por los 30 días de indiferencia marital. Si está soñando con noches de amor, la súbita fragilidad de Mordejay añade a su angustia. Se ve en el trance de quedar privada de todo lo que amuebla su existencia, de perder el placer que le brinda el esposo y el cariño que le da el Dod, el paternal Dod. Es un latigazo. Se despierta en ella la voluntad férrea al servicio del impulso vital La educación recibida de Mordejay se manifiesta en sentido positivo y le dicta la conducta susceptible de garantizarle el Éxito.
A partir de ahora, quien da las órdenes, es ella, Ester, la reina.
Empieza por infligirse un ayuno muy duro con el propósito visible de atraerse la Benevolencia del Todopoderoso, pero también con el, menos evidente, de demostrar su valía personal para marcar su propia psique con la impronta del autodominio, lo cual la facultará para dominar a los demás. De entrada, exige que todos, empezando por Dod Mordejay, la imiten. Va de modelo, pero no como las guapas de los programas televisivos, que sólo enseñan curvas, no, ella enseña el recto proceder.
La amorosa reacción del rey cuando la ve en el patio del trono y le tiende el cetro de oro, es el primer triunfo de esta mujer que irá dominando las situaciones con maestría incomparable, hasta acabar con Amán y tener a Mordejay como primer ministro, detentor del sello real y rendido ante ella, la mujer poderosa que mandaba en el corazón y en la voluntad de Asuero, o sea que tanto podía encumbrar a alguien como aniquilarle.
Mordejay que, en el fondo, la había educado para esto, seguramente bendijo al Todopoderoso todos los días de su vida, especialmente en los de Purim, como lo hacemos nosotros.