Torah

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Objetivos

El objetivo de Emunah es compartir pensamientos y vivencias relaciónandolos con los preceptos toraicos porque los consideramos vigentes en cualquier tiempo y espacio. Emunah est,a abierta a todos, sean o no sean judíos, sean o no sean practicantes.

La palabra Emunah es hebrea. Designa la confianza total, absoluta en la Bondad Divina y en la capacidad del ser humano para integrarse a este flujo de Bondad y participar en su expresión para mayor gloria del Eterno y de su Creación.

viernes, 22 de agosto de 2008

Parashah Vaetjanán

Parashah Vaetjanán – La Clave de la Vida

B”H

Sábado 16 de Agosto de 2008, que es 15 de Ab del año 5768 de la Creación del Mundo por Haqadosh Baruj Hu
De Malcah

Con el versículo 23 del tercer capítulo de Devarim, se empieza una nueva parashah, titulada “Vaetjanán” según su palabra inicial, que significa: “Rogué, supliqué”. (Por cierto, las personas que tengan en manos el texto de mi comentario del año pasado, quizás se extrañen de que figure en él la traducción: “Imploró, rogó…”, es decir una tercera persona totalmente inexacta. El error provino seguramente de una confusión debida a la dificultad de leer mi letra manuscrita por parte de la amiga que transcribió el texto. En aquel entonces, yo no disponía de un ordenador y mis textos sólo se pudieron mandar, durante muchos meses, gracias a la bondad ajena. Os ruego que me perdonéis la torpeza.)

Volviendo ahora a la palabra “Vaetjanán”, debemos indicar, ante todo que la pronuncia Moshé, después de haber recordado a loa Benei-Israel en qué condiciones han llegado a la frontera de la Tierra Prometida y el trato que tienen hecho con las dos tribus y media que se han asentado en la margen izquierda del río Jordán. Su discurso, ya lo hemos observado la semana pasada, tiene un tono pausado de didáctica recapitulación. Quiere dejarlo todo muy claro para que quienes van a heredar la tierra de Canaán y sus descendientes recuerden siempre su historia sin esta complacencia tan peligrosa que suele acompañar el relato de vivencias pasadas, pero también quiere que tengan siempre muy presente que la Protección Divina planea sobre ellos y que, por consiguiente no deben asustarse por la aparente fuerza de los pueblos vecinos. El los ha traído hasta el país que les prometió y, si Le son fieles, obedeciendo-Le y confiando en Su Palabra, nada tendrán que temer. La confianza en Haqadosh Baruj Hu es fundamental, es ella la que proporciona al ser humano la libertad de seguir sus impulsos positivos sin que las dudas y el recelo, generadores de angustia, mermen sus fuerzas. Ni el recelo ni la duda son asunto de prudencia, son impulsos negativos que acaparan una parte de la energía necesaria para alcanzar las metas anheladas. Son debilitantes. Mucho antes que los modernos psicólogos, la Torah nos enseñó la valía de la autoconfianza, la cual no es sino la confianza en la luz divina que mora en nuestra alma.

Terminado este párrafo, Moshé vuelve a hablar de sí mismo y este cambio en el centro de interés es lo que justifica el paso de una parashah a otra. Nos encontramos de nuevo con la majestad que envuelve las palabras de nuestro incomparable maestro cuando habla en primera persona. Aquí, refiere su plegaria a Hashem con una sinceridad llena de piadoso respeto que es un verdadero modelo de estilo para cualquier orante. Repite el contenido de su implorante súplica y la arisca respuesta del Todopoderoso, Que no le concede sino una mirada panorámica de la Tierra Prometida, mientras que a los Benei-Israel ya no les castiga por sus repetidas rebeliones. Moshé nunca se rebela. Nunca lo ha hecho, y ahora tampoco lo hace, ni siquiera lo piensa, pero sí confiesa al pueblo su profunda melancolía. Dice: “fue por culpa vuestra” (“Lema´anjem”). Por cierto, nadie le pide perdón. No parece que siquiera agachen la cabeza los Hijos de Israel.

Desde luego, semejante ingratitud con las personas que asumen los problemas de los demás y que, amén de poner su empeño y sus desvelos en resolvérselos, les comunican las recetas que les permitirán evitarlos en el futuro, se produce muy a menudo. Sea que los auténticos salvadores no tengan el talento político para presentarse como tales, sea que los salvados huyan de la autenticidad propia del genio que todo lo soluciona, el caso es que suelen apartarse de su compañía y tratar de rebajarle. Es una constante en las relaciones de Moshé con los Benei-Israel: nunca hacen nada por él y nunca le piden perdón. Sin embargo, él, ya lo sabemos, les ama con todo su corazón, con toda su alma y con todos sus medios. El ama al Eterno, lo cual implica amar al Pueblo Elegido. No es, pues, de extrañar que la orden de amar a Hashem se encuentre en esta misma parashah, poco después de le repetición de los Diez Mandamiento que son la sublime expresión de Su Amor por nosotros.

¡Amar a Hashem! Esto lo va encarecer Moshé al Pueblo elegido en un párrafo de 48 palabras que iba a convertirse en nuestro rezo básico e identificador, la magnífica “Shem´á” que nos acompaña durante todos nuestros días y hasta en nuestro lecho de muerte, porque contiene el secreto de la vida temporal y abre la puerta de la vida eterna.

“Shem´á” es un imperativo que significa:”escucha”. Es, ciertamente la exhortación más solemne de toda la Torah. Se ortografía “shin, mem, áyin”, o sea que las dos primeras letra forman la palabra “Shem”, que es el Nombre y, como ya sabéis casi todos, el Nombre Es el impronunciable tetragrama que designa al Todopoderoso. Constituye la sílaba inicial del verbo escuchar, lo cual nos ha de recordar constantemente que a Quien debemos escuchar siempre es a nuestro Elohim, a Hashem y, por lo tanto, que el hecho de de escuchar es sagrado, no se le puede tener en poco, desvirtuarlo o profanarlo. Es importante mirar a quien se escucha y, por esto, la última letra de la palabra es la “´ayin”, la misteriosa “´ayin”, que indica a la vez el ojo y la fuente. Con toda evidencia, el mirar, aquí se emplea en sentido figurado y señala la necesidad de ser cauto a la hora de escuchar: Nuestra primera madre, Eva, no lo fue y escucho a la serpiente a quien debemos el conocimiento de la muerte.

A este respecto, es digna de mención la marejada de discursos, muy a menudo infames, que rompe sobre el hombre moderno. Se le incita a ver en las peores abominaciones una forma de progreso, de liberación, de realización personal, se le instiga a deshacerse de los viejos tabúes de una moral anticuada, sobreentendiendo que se trata de prescindir de cualquier atisbo de virtud, pero este ultimo vocablo nunca se emplea, ya es tabú. Virtud y deber son palabras y conceptos en vías de desaparición. Si escuchamos a los voceros de la “apertura mental”, acabaremos restregándonos en el fango de la degeneración y endilgando a nuestros hijos las series de majaderías que ya nos habrá infectado el alma y que les conducirá a la peor de las esclavitudes, en un mundo satánico. Se les obligará a cambiar de sexo, a traficar con órganos propios y ajenos, a prostituirse públicamente…a cualquier horror. Es un imperativo absoluto el tener cuidado con lo que escuchamos y dejamos escuchar a nuestros chiquitines, porque ellos, todavía, no son responsables. Al oír decir que la prostitución es un derecho inalienable, lo creerán. En cambio, si oyen que la prostitución es una monstruosidad con la que se debe acabar, castigando, en primer lugar, a quien la utiliza, luego a quien se lucra con ella y, por fin a quien la practica voluntariamente, no se dejará engañar por los discursos subversivos que la presentan como una “opción” aceptable mientras no medie presión.

Si volvemos ahora al discurso de Moshé, veremos que él nos ordena escuchar la verdad pura que lo fundamenta todo y que es la Unidad del Eterno. El versículo en el que la enuncia contiene seis palabras, como los seis días de la Creación. Dice: “Escucha, Israel, Hashem, nuestro Elohim, Hashem Es Uno”. Es la proclamación de la Unidad Divina que implica nuestra integración a Su Divinidad y Su Presencia en nuestra condición humana. El Es el Ser Absoluto, el Todo que nos engloba en Su Unidad y esto, para toda la eternidad, como lo demuestra la presencia de dos letras mayúsculas excepcionales en el texto: La ´áyin de Shem´á y la dalet de “ejad”. Nos encontramos ante una particularidad caligráfica de suma importancia porque las dos letra juntas forman la palabra “´ád” que significa “eternidad”. En la cuarta palabra de este mismo versículo, se nos recuerda que Hashem es “nuestro” Elohim, se insiste sobre Su dedicación a nosotros. Hay entre él y nosotros un lazo que nunca podrá deshacerse.

A continuación, viene la regla de vida: “Amarás al Eterno tu Elohim, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. El amor es la adhesión absoluta, fervorosa y gozosa a un ser con el que deseamos fundirnos. Los seres humanos somos imperfectos, por lo que nuestro amor también lo es. Por mucho que amemos a alguien, somos bastante egoístas y no son pocas las veces en las que pensamos más en nuestra comodidad o en nuestro capricho del momento que en la persona amada. El Eterno conoce nuestra imperfección y, por esto nos explica cómo amar-Le. Será poniendo estas Palabras suyas sobre nuestro corazón, hablando de ellas continuamente e inculcándolas a nuestros hijos. En ningún momento alude Hashem a las facultades intelectuales, porque no las considera básicas. Lo que Le importa es el corazón, la afectividad. Ella es la que abre la mente. El raciocinio es una facultad subordinada al corazón, cosa que, por cierto, podemos comprobar a cada momento, viendo a todos los “espíritus superiores” que pretenden asentar su unidad interior en la razón, sumidos en el desconcierto, presa de toda de dudas e incertidumbres, no llegando nunca a adueñarse de una visión coherente y esperanzada del mundo y de la vida. Piden siempre pruebas contundentes de todo y, cuando se les plantean preguntas básicas, tales como:” ¿qué es la vida? ¿De dónde viene? No aportan ninguna prueba de las cosas que afirman sobre el mono o la inalienable maldad del ser humano, que, a su entender, es la expresión de su dignidad más elemental. Nos ofrecen de la libertad una interpretación contradictoria en la que el ser humano es dueño del pensamiento hasta que baja al sepulcro y, entonces, los gusanos son sus dueños. La explicación, a algunos retrasados, nos parece poco convincente y estamos dispuestos a obedecer al Eterno que nos pide la dedicación de nuestro corazón a Su servicio, porque en él palpita la vida y a él se dirige siempre en Su relación con nosotros. Dice Qohélet: “También puso en el corazón la idea de la eternidad, sin que pueda desentrañar el hombre la obra que Hashem ha hecho, desde el principio hasta el final.” No puede ser la información más precisa la razón está arraigada en el corazón.

El Todopoderoso nos dice inmediatamente después cuál es el modo correcto de proyectar en la conducta cotidiana el amor que anida en el corazón. Se trata de inculcar a los hijos las santas palabras que El nos dice y de hablar de ellas continuamente, al levantarse, al acostarse, en casa y fuera de casa, o sea, en todas las circunstancias de la vida buscar siempre en ellas la inspiración, no dedicando nuestra atención a solicitaciones de tipo profano. Para lograrlo, las tendremos como señal en la mano, es decir que se las debe recordar cuando se da, cuando se toma y cuando se manipula. También deben animar nuestras intenciones. Lo dice el texto en términos poéticos: “Serán como frontales entre tus ojos.” Con el tiempo, esta prescripción se materializó en el uso de la filacterías que llevan nuestros varones mayores de edad durante la mayoría de los oficios religiosos. El párrafo se cierra con el mandato de escribirlas sobre las jambas de nuestras puertas. Lo hacemos colocando la mezuzah, que señala el hogar judío a moradores y visitantes.

Como lo podéis comprobar, el respetar las indicaciones de la Shem´á, permite una organización de la vida que cubre todas las eventualidades y evita los interrogantes referidos a la conducta diaria. Veremos, en otra ocasión, que el rezo entero comprende otros dos párrafos, muy importantes también y que se sitúan en otros capítulos de la Torah, pero lo esencial se encuentra aquí, en estas 48 palabras que pronunció Moshé poco antes de su muerte. Las pronunció como padre que las inculca a sus hijos, con la intención de que nunca se nos olvidaran. Y consiguió su propósito, porque han pasado los milenios, hemos sufrido toda clase de vicisitudes y, a menudo, nos hemos portado mal, pero, a pesar de todo, hemos seguido siendo judíos, arrepintiéndonos de nuestros pecados y tratando de cumplir con la voluntad de nuestro Elohim a Quien amamos de corazón. Es algo que debemos, sin duda alguna a la presencia de la Shem´á en nuestra vida.

Este rezo tan hermoso nunca dejará de asombrarnos, porque está repleto de indicaciones que no se advierten a primera vista, pero cuya lectura deja una impronta muy profunda en el alma, en el inconsciente, como se dice hoy en día. Así, por ejemplo, después de la exhortación inicial todos los versículos, acaban con el sufijo “Jaf” final que significa “tuyo, para ti”, pero este mismo sufijo se encuentra en el cuerpo de los versículos, hasta sumar 16 veces. La shem´á es “Para ti”, para cada uno de nosotros, es un regalo del Amor que Hashem nos profesa y que se plasma en el enunciado de las reglas a seguir para recorrer el camino que nos llevará a encontrar abierta la verja del Paraíso.

¡Bendito Sea Hashem Que le dictó a Moshé, para que nos las dejara en herencia, estas 48 palabras que son el pálpito de nuestra esperanza!

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